Por qué los años pasan tan rápido (y cómo hacerlos más lentos)
Por qué los años pasan tan rápido (y cómo hacerlos más lentos)
“¡Este año sí que se pasó rápido!”
A mí, durante buena parte de mi vida, me pasaba lo mismo todos los diciembres: exclamar esa misma frase cada fin de año. Y cuando digo que me pasó “buena parte de mi vida” es que fue durante BUENA PARTE DE MI VIDA porque, al menos en mi caso, comencé a darme cuenta de la velocidad con que pasaban los días desde muy pequeña.
Todavía recuerdo la primera vez que tomé consciencia acerca de esa vertiginosa brevedad de la existencia humana. No fue un momento nada glamoroso, dicho sea de paso. Tenía nueve años y en mi escuela había seis baños, uno para cada grado. Las puertas estaban en orden, de primero a sexto grado. Un día, me encontré a mí misma abriendo la tercera puerta, la correspondiente al tercer grado y, mientras orinaba, me percaté de eso: de que estaba en el tercer baño. “¡Qué rápido estoy yo ya en tercer grado!”, pensé.
Fue la primera vez que me di cuenta de esa sensación de que la vida se me escapaba, casi hacia el inodoro. A partir de ahí, se me comenzó a morir la infancia. Las eternidades entre Navidad y Navidad comenzaron a dejar de ser “eternidades” y a convertirse en 12 meses encasillados en calendarios, y luego en un puñado de días que se veían todos iguales.
Sin embargo, desde hace ya algunos años, me parece que cada año vuelve a durar un montón. O más bien, UN MONTÓN.
¿Qué cambió para que en la década de mis treinta el tiempo vuelva a parecerme como el de una niña de siete años?
El tiempo es como un globo
A mí el fenómeno del tiempo me parece fascinante. ¿Cómo lo percibimos? No lo podemos oler, tocar, ver, escuchar o saborear. Ninguno de nuestros cinco sentidos tiene el poder de “sentir” el tiempo. Pero igual, si estamos esperando el bus, y finalmente viene y nos preguntan cuánto tiempo transcurrió, todos podemos decir, sin necesidad de ver el reloj, que fueron más o menos unos quince minutos y estar de acuerdo (o bueno, como 45 pegajosos minutos si uno espera un bus en Beirut). :p
En todo caso, existe la posibilidad de cambiar la percepción del tiempo según lo que hagamos. Por eso, si te parece que enero del año pasado fue ayer, es porque para tu cerebro fue ayer: si has hecho prácticamente lo mismo cada día durante todo el año, para tu cerebro no hay diferencia entre el 1 de enero y el 31 de diciembre.
Pero por el contrario, si hacés actividades distintas con frecuencia, tu cerebro recibe la misma cantidad de estímulos nuevos que podría recibir en varios años de hacer siempre lo mismo de forma rutinaria y por eso la percepción del tiempo cambia. O sea: si normalmente hacés tres actividades nuevas en un año, pero un día decidís hacer tres actividades nuevas en un mes, ese mes para tu cerebro es como un año.
Por ejemplo, ¿han notado cómo, cuando uno va hacia algún sitio que no conoce, se hace más larga la ida que el regreso? Es porque el cerebro está expectante a ver qué carajos sigue, porque todo es nuevo. Estamos más atentos a los edificios, a las señales de tránsito, a los nombres de las calles. Estamos absorbiendo nuestros alrededores con mucho más detalle y estamos concentrados en el presente. Pero a la vuelta, ya más o menos uno se sabe el camino, así que no hace ningún esfuerzo por recolectar más información. Se vuelve rutina. Deja de ser memorable.
El tiempo es, por lo tanto, como un globo alargado. Cuantas más experiencias nuevas le metás, más se alargará. Sin embargo, si te quedás en la rutina, el globo se queda chiquitillo y, para cuando te das cuenta, estás otra vez en diciembre. ¡CHAN CHAN CHAAAAAAAN!
La diferencia entre el tiempo para un niño y para un adulto
#MeAhuevás, pero una de las partes más cagadas de ser adulto es esa percepción del tiempo, que hace que la vida se convierta en algo así como un rollo de papel higiénico: cuanto más se gasta, más rápido se va.
Lo que nos hace comenzar a morir si se quiere (porque la vida está hecha de tiempo y nada más, y si el tiempo parece irse más rápido, más de prisa parece que nos morimos) es la falta de experiencias nuevas y la abundancia de rutinas.
Por eso, creo que desde que comencé a viajar de forma más constante, a los 27 años, mi percepción del tiempo volvió a ser como la de los niños: ellos y yo estamos sorprendiéndonos con algo nuevo todo el tiempo. Antes, yo tuve años de rutina (yo los llamo “los años perdidos” ). No puedo recordar casi absolutamente nada de cuando tenía 25 o 26 años, que se supone debían de ser de los mejores años de mi vida. Pero sí puedo recordar que cuando tenía 27 un día me harté de mi trabajo, de mi relación enfermiza con mi exnovio y de pedir el mismo sushi un viernes por la noche.
Desde entonces, puedo recordar con más precisión lo que hice en los años sucesivos, porque comencé a medir más el tiempo ya no tanto en días, sino en momentos nuevos. A partir de ahí, comencé a sentir que otra vez estaba viva, porque ya no etiquetaba más los años con algo tan frío como los números, sino con aquello que yo realmente deseaba recordar.
Entonces, ¿hay que viajar para estirar el tiempo?
Viajar no es la solución a todos los problemas. Viajar más bien te cambia los problemas por otros. Por lo tanto, tampoco es “el secreto” para hacer de una vida humana una vida “eterna”.
Simplemente lo menciono acá porque a través de viajar fue como yo, en mi experiencia personal, me di cuenta de que el tiempo se me hacía más lento.
Pero lo cierto es que hay montones de maneras de hacer algo nuevo con frecuencia que no necesariamente signifique escalar el Aconcagua, nadar con tortugas en Indonesia y recorrerse el museo Hermitage, todo en un solo mes.
Aprender un hobbie, conocer gente nueva, leer muchos libros, hacer tu fiesta de cumpleaños en un sitio distinto cada año, o salir con los amigos y en vez de quedarse en el mismo bar todo el rato, cambiar de chante unas dos o tres veces en la misma velada nos dará la idea de que el tiempo se expande.
El punto es que, no importa cuál técnica utilicés, si querés que el tiempo no parezca tan angustiantemente fugaz, el 2019 no debería ser recordado simplemente como “2019”. Debería ser recordado como el año en que comenzaste a estudiar francés. Como el año en que abriste tu propio negocio. Como el año en que te cortaste el cabello. O como el año en que: _________ (rellene el espacio en blanco con lo que usted le dé la gana, pero hágalo, carajo).
Pero en todo caso, como un año que te sorprendió 365 veces y no como un solo, único y perpetuo día. Porque la vida no merece ser tan solo un copy-paste. Porque no podés vivir el mismo año 85 veces y llamarlo vida.
1 Comment
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Que tan cierto.
Yo renuncié a mi trabajo hace casi dos meses, y he sentido ese lapso como si fuera un año, como si hubiera pasado hace tanto y creo que tiene que ver con eso que decís. En dos meses he hecho tantas cosas diferentes a mi antigua y he pasado tan poco pendiente del tiempo (al menos, de la manera convencional) que me siento como si fuera una niña de nuevo. La rutina en la que estuve inmersa por 10 años mas o menos, mis años perdidos, era la que hacía que cada diciembre yo dijera «Puta, en que momento se fue el año tan rápido». Y es que si, el tiempo es el bien mas preciado de todos. Ahora no tengo trabajo, pero tengo tiempo y lo agradezco tanto, tanto.