Mundial de Hockey, cerveza y 19 cigarros
Mundial de Hockey, cerveza y 19 cigarros
Lo he descrito desde la misma génesis de este blog: NO HAY MEJOR MOMENTO que el surrealista. Ese en que me doy cuenta de que, si hace un año me hubiesen dicho que estaría en tal lugar, en tal circunstancia, con tales personas hubiera dicho: ¡NI PICHA MAE! Díganme si esa no es la magia de estar vivo: ir por la vida pasando páginas, sin saber qué va a suceder, porque en el libro ni siquiera viene en la contraportada de qué se trata…
Y así sucede en Eslovaquia: ¿en qué momento de mi vida terminé en el Mundial de Hockey, con un grupo de fanáticos, bebiendo cerveza en cantidades industriales por las calles de Kosice????
Rebobinemos a las circunstancias que me empujaron a tan inesperado suceso: la historia se remonta al año pasado, cuando recién tenía abierta mi cuenta de Couchsurfing y me contactó Tomas, un eslovaco gurú de la mochileada, quien pasaba en San José apenas una noche en su camino desde Suramérica hasta México. Si la gente dice que yo viajo mucho, DEBEN conocer a este mae: 77 países han tenido la suerte de conocerlo a él y a Lilo (la homóloga eslovaca de la Cow, quien comparte una historia similar de abandono y redención).
Yo en mi vida había conocido a un eslovaco, de modo que me pareció interesante, así que me quedé de ver con él para tomarnos una cerveza, en compañía de su host, otro tico, de cuyo nombre no quiero acordarme, porque se comportó infantilmente como un legítimo primate: en un arranque de ira nacionalista, con el verolís herido, como les sucede a tantos de mis compatriotas que creen vivir en el Edén y que no ven más allá de sus narices, se subió a un taxi y nos dejó botados a las dos de la mañana en el bar, con todas las pertenencias de Tomas en su apartamento. Por supuesto que no iba a dejar a esta pobre alma sola, así que me lo terminé llevando para mi casa hasta que lo subí a un bus con rumbo a Nicaragua. El resto es historia.
Con Tomas, quien bien podría ser mi hombre ideal (mochilero, simpático, bien vestido, open minded y guapísimo) me quedo de ver en Budapest para seguir juntos hasta Eslovaquia. En un viaje de 100 días justos, se ha recorrido media Asia, pasando por países tan complicados para viajar como Kazajistán y Mongolia, de modo que regresa con su barba de más de tres meses, una mochila cargada de licores de distintas nacionalidades y mil historias qué contar que pesan aun más que su pesadísimo equipaje.
Nuestra primera parada será Kosice, donde casualmente se celebra el Mundial de hockey. Su hermano y su familia nos esperan en esta ciudad, la segunda más importante de Eslovaquia después de Bratislava, para asistir al partido Suiza-Canadá. Yo EN MI VIDA he ido a un partido de hockey, dada la escasez de nieve en mi cálida tierra natal, y solo he patinado sobre hielo dos veces en mi vida, con un éxito bastante vergonzoso. Por lo tanto, NO TENGO NI LA MÁS PUTA IDEA de cómo irá a ser esta experiencia, lo cual me emociona, porque me suena muuuuy random y muuuuuy dadaísta. En casa de Kami, en Budapest, he coincidido con otro couchsurfer, Jon, un estadounidense de Maine quien está de vacaciones de su trabajo de 2 AÑOS en Burkina Faso con los Peace Corps (¡maaaaae!!!!! mis respetos, yo mis 6 meses en Mozambique casi ni los aguanto) y me dice que tengo MUCHÍSIMA SUERTE de ir al Mundial de Hockey. Claro, mi año de tortura en Bodog poniendo apuestas para financiar el viaje dadaísta me ha dado una idea de lo importante que puede ser este deporte en Estados Unidos, pero yo no sé ni qué voy a ir a ver… Solo sé que voy y ya está.
La familia de Tomas, tal y como es él, resulta ser un pan dulce TOTAL, de verdad que muy, pero muy pocas veces me he sentido TAN BIEN RECIBIDA en un lugar, creo que DE VERDAD NO TENGO PALABRAS PARA EXPRESARLO, conmigo se ganaron el cielo, los adoré ya de entrada. Es INCREÍBLE como uno puede llegar a sentirse parte de una familia de un sitio que jamás ha visitado, en un país que para mí hasta hace poco era totalmente extraño como lo es Eslovaquia, pero rapidito me siento como si los conociera de toda la vida.
Claro: hay una diferencia cultural interesante. Si no hubiese conocido de antemano a Tomas en Costa Rica, hubiera pensado que se trata de la alegría de su familia por verlo de nuevo después de tanto tiempo, o de la fiebre del hockey que hace que casi se derrita el hielo. Pero no, he venido a Eslovaquia con conocimiento de causa: aquí beben un legítimo y verdadero PICHAZO. Para todo se toman un shot digestivo, incluso antes de desayunar, y ya después, la cerveza viene en unas jarras gigantescas, prácticamente barriles portátiles que llenan una y otra vez por precios incluso más baratos que los de Costa Rica. Los ticos, que rajan a morir de que son grandes bebedores, encontrarían este sitio paradisiaco, pero yo, lamentablemente, no soy una digna representante del consumo etílico criollo, y pronto me doy cuenta de que debo bajar a segunda, y si se puede, a primera, porque corro peligro de terminar vomitando sobre el límpido hielo de la pista de hockey.
En esa corriente de lúpulo y alcohol destilado, enrumbamos primero al centro de la ciudad para entrar en calor. Como al lugar que fueres, haz lo que vieres, yo ya me integré al evento de lleno y llevo una camiseta GIGANTESCA de hockey de Eslovaquia que me hace ver aun más bajita entre todos estos gigantes eslovacos. Sin embargo, aunque la mona se vista de seda, mona se queda, o en este caso, aunque la tica de Eslovaquia se vea, tica se queda. Es más que evidente que nadie, ni siquiera yo misma, sé qué PUTAS estoy haciendo aquí. No son muchos los fans de hockey ticos que han venido al mundial, tal parece, y pronto me doy cuenta de que, junto con el lobo vestido con uniforme azul, blanco y rojo, yo estoy con un curriculum bastante competitivo para convertirme en la mascota del evento. Aquí soy como un trol con melcochas en lugar de cabello y tres ojos en lugar de orejas, porque de viaje se ve que no calzo para nada. Aparezco en las fotos de todos y ¡hasta me entrevistan en la radio! Cuál es mi jugador favorito, me preguntan… ?????? Mi única experiencia con el hockey es la que me dio el Nintendo y mi trabajo poniendo apuestas. Cinco maes por equipo patinando detrás de un disco de caucho. Es todo. Pero ahí estoy, más que por el fanatismo, más que por curiosidad, más que incluso el mismo instinto dadaísta, por la amistad de Tomas.
Luego de cargar turbinas etílicamente, enrumbo junto con ocho hombres eslovacos (Tomas, sus hermanos, su sobrino y sus amigos) hacia el estadio para presenciar el partido Suiza-Canadá. Decido darle mi ignorante apoyo a Suiza por ser el equipo más débil y porque algunos fanáticos andan disfrazados de vaca, lo cual me genera cierta empatía por la Cow. Entre cerveza y cerveza en los medios tiempos (se bebe como cosaco, o más bien debo decir, a partir de esta experiencia «como eslovaco») comienzo a agarrarle el toque al juego. Claro tengo que estar preguntándoles cada 10 segundos qué ocurre, porque este es un deporte INCREÍBLEMENTE RÁPIDO, el puck se pierde con una facilidad asombrosa ante mis ojos, lo cual reviste al partido de la adrenalina del caso, si tomamos en cuenta los pichazos descomunales que se dan los maes, por supuesto.
Al final, como los milagros no existen, gana Canadá. A mí me da igual, lo único que tengo claro es que lo estoy pasando de puta madre, así que enrumbamos a la plaza principal de Kosice pues el equipo eslovaco jugará en Bratislava y ahí se podrá ver el partido en pantalla gigante. El ambiente es INCREÍBLE. Hace un frío digno de Europa del Este, pero ese no parece ser un problema: entre el calorcito de la gente apiñada y la cerveza se pasa bien. Al menos yo ya me he involucrado tanto con el campeonato, que no solo llevo la camiseta once tallas más grande que la mía, si no un casco de hockey de cartón en la cabeza.
Y todo es tan diferente, pero a la vez me siento taaan cómoda… La gente es blanca y alta, los hombres patinan hacia la portería detrás de un puck en lugar de correr por el césped detrás de una bola, hace un frío nada primaveral, y los cigarros vienen en caja de 19 y no de 20… Pero yo es como si estuviera en casa. Y así será en los días siguientes: instalada en el tercer piso del pequeño castillo de la casa de Tomas, descansaré por unos días alternando entre cerveza, hockey, amigos y familia, hasta que sea el momento de tomar un carro con un polaco y enrumbar hacia Cracovia, mi siguiente parada.
Gracias Tomas por enseñarme el hockey… y prestarme a tu familia, tu casa y tus amigos cuando lo necesitaba… 🙂 Go Slovakia!