Mis impresiones sobre Riga, Letonia
Mis impresiones sobre Riga, Letonia
Beautiful Riga… Ese es el lema que han escogido en la capital de Latvia para promover una ciudad que yo, tal y como sucedió con Vilnius, no sabía ni dónde estaba en el mapa en mi ignorancia centroamericana.
Y efectivamente: se convertirá en una de las sorpresas del viaje. Supongo que ese es el fascinante chiste de lo desconocido: mientras que ciudades como Helsinki, de la cual yo esperaba un encanto misterioso y escandinavo, o como Zurich, que según yo iba a ser Suiza en su máxima expresión y su gloria, fueron una decepción mayúscula, Riga resulta ser una agradable sorpresa.
Primero que todo: INMACULADA. ¡Qué ciudad más limpia!!!!!! Ni Suiza, para seguir con la desmitificación helvética. Aquí sí es cierta la leyenda de que ni siquiera una chinga de cigarro en el suelo (yo nunca las tiro, pero aquí es tanta la limpieza que me hace guardarlas religiosamente en la cajetilla vacía que cargo en mi bolso). Y hermosa, ciertamente.
Allí llego a hospedarme en una casa de estudiantes gracias al couchsurfing. Me encantan las casas de estudiantes: tiene uno la oportunidad de conocer más gente, están decoradas de forma muy original, es un microcosmos social donde siempre está sucediendo algo, un mosaico de personajes únicos que se entremezclan en la efervescencia de la juventud y donde, por lo general, soy hospedada en la cocina, epicentro de toda la actividad, de modo que nunca paso desapercibida y, mucho menos, aburrida.
En esta casa la verdad nunca llegué a saber con exactitud cuántos estudiantes vivían en ella, calculo que unos nueve más o menos, porque durante el par de noches que duermo ahí siempre veo entrar a alguien diferente a la cocina, de quienes recibo una generosa ración de pésimos pancakes, un café o un té bastante aguados, o un sandwich improvisado… En fin, comida de estudiante que, aunque de muy cuestionable calidad, me encanta y valoro MUCHÍSIMO porque sé, por experiencia propia, que cuando uno es estudiante no tiene muchas veces ni dónde caerse muerto y es un verdadero REGALO recibir algo con qué llenarse el estómago. Entre mochileros y estudiantes hay muchas similitudes, así que de todo corazón agradezco cada pedacito de pan que me dan quienes entran y salen, siempre dispuestos a compartir una charla vespertina desde mi sofá cómodamente instalado en una esquina.
Aquí están bastante acostumbrados a recibir couchsurfers y, en la pared del pasillo, hay una especie de «muro de la fama», donde cada quien escribe en su idioma original el nombre del país y estampa, con un grueso marcador negro, una línea. Así es como llevan la cuenta de quienes visitan este apartamento con múltiples y enormes cuartos. Mi única queja es que, como suele suceder en lugares hacinados, el baño es de lo más sucio que haya visto en mi vida, contrario a lo que es el espíritu de la ciudad. No sé si es que ya la adultez me está pegando, pero de veras que no se me antoja ducharme ahí y paso dos días en mi propia salsa, esperando por mejores condiciones higiénicas una vez que cruce la frontera hacia Estonia. Eso sí: hay una pila de revistas para leer (lamentablemente para mí, en latvio) y dos gatos de espaldas mirando una luna llena, artísticamente pintados en el tanque del inodoro.
Con solo unas pocas horas para recorrer la ciudad, por muy buena atmósfera que tenga este apartamento atiborrado de letones interesantes, no tengo más opción que enrumbar en compañía de la Cow a caminar por el típico casco antiguo y aprovechar mi limitado tiempo en Riga (malditos estados Schengen, que no me quieren más de tres meses dentro de sus múltiples fronteras).
Lo primero que me sorprende es una catedral de enormes proporciones que es, la que creo yo, será mi primera iglesia ortodoxa. En realidad, junto con Tomas, he visitado una pequeña, de madera, en un museo al aire libre en las afueras de Bardejov, Eslovaquia, pero no me había percatado en el momento, de modo que con gran curiosidad, ingreso al templo. Sí que es diferente: no hay bancas donde sentarse, con excepción de unas pocas sillas a los lados, las candelas son largas y delgadas de un alegre color amarillo (mi color favorito), hay muchos cuadros, frente a los que los fieles se quedan de pie respetuosamente mientras rezan y luego les dan un beso. Fascinada por la diferencia con las iglesias católicas, permanezco varios minutos, con la cámara a medio esconder, porque aquí, como ocurre en muchos templos ortodoxos, no se permite tomar fotos.
Con el tiempo esto de las iglesias ortodoxas caerá, irremediablemente, en lo que yo denomino el «efecto impala»: cuando fuimos al Kruger Park, en Sudáfrica, lo primero que vimos al llegar fueron las impalas, una especie de venados africanos, novedosos para todo aquel no familiarizado con las enormes planicies del continente olvidado. Sin embargo, conforme nos fuimos adentrando en el parque, nos dimos cuenta de que estos animales están, literalmente, por TODAS PARTES, y son como el arroz para los leones: acompañan a las cebras o búfalos, que vienen a ser el plato fuerte. De modo que, al inicio, exclamábamos asombrados: «¡Impala!!!» y ya como a la hora: «Sí…impala…«. Y en esto se convertirán las iglesias ortodoxas: en las impalas de Europa del Este porque las hay por todas partes. Igual, siempre las termino visitando, así como tengo no sé ni cuántas fotos de las benditas impalas.
En fin, luego camino por el centro de la ciudad donde sucede lo que, potencialmente, pudo haberse convertido en una VERDADERA CATÁSTROFE. Hay cinco cosas que yo no puedo perder BAJO NINGUNA CIRCUNSTANCIA o estaré jodida: 1. El pasaporte 2. La tarjeta de débito 3. La laptop 4. El adaptador de electricidad y 5. ¡LA COW! Y justo es eso lo que casi ocurre: luego de extraerla del bolso, desde donde observa cómodamente el paisaje, para tomarle una foto junto a la bandera de Latvia (imagen de rigor para la documentación de su periplo), no la guardo bien y se cae, en medio de una de las principales vías peatonales de Riga. Yo, la verdad, ni me he dado cuenta, hasta que veo a un hombre joven, guapísimo, en traje entero, persiguiéndome con la Cow en una mano, en medio de los turistas y locales que pasean por el boulevard: «Lady, lady! Your toy!» me grita, mientras agita a mi inseparable compañera de viaje en una mano. La verdad estoy TAN AGRADECIDA y TAN SORPRENDIDA que solo hasta después me entra la vergüenza: qué pena, yo tan grandecita ya y me tienen que recoger los juguetes en media calle. Igual, me deshago en agradecimiento con el mae, a quien no intento ni ligármelo, porque de verdad que me he quedado pasmada: pudo haber sido, ciertamente, una tragedia.
Ya con la Cow bien encajada en el bolso, prosigo con mi paseo por Riga. No tiene mayores atracciones turísticas, pero es taaaan bonita, está taaaan bien cuidada y taaan limpia, que da gusto. Cómo quisiera compartirla con alguien.
Me encantan los cafés al aire libre y me siento en uno a beber una cerveza (la moneda aquí es incluso más cara que el euro o la libra esterlina, de modo que con solo 7 lats me siento repobre y no me compro nada más, aunque es barato). Y miro la gente pasar, de la mano, y el grupo que toca en esta terraza de repente se lanza solo con canciones españolas. E inevitablemente, pienso en VOS. Y he aquí lo que escribo:
Extracto de la Pascualina:
«Riga, 20 de mayo
(…) Mañana sigue Estonia, de modo que ya dentro de una semana, después de los países bálticos, esté ya en disposición de exorcizar (¿o es «exorsizar»? Ya me hice bolas, pero se ve feo con s, así que creo que lo escribí bien a la primera), luego de 7 años, Berlín. Porque de Berlín sólo tengo dos pinches fotos… Estaba tan depre y era la primera vez que viajaba sola que ni eso. Cuánto he cambiado desde entonces… Año y medio de soltería han ayudado, además de los numerosos pichazos del caso. Pero en días como este me pega la soledad. Esta ciudad es tan bonita y hace un clima tan increíble, y aquí estamos solas la Cow y yo. Malditas polacas… ¡Cómo me echan a perder a los hombres! Luego ya se quedan descorazonados, hechos piedra como la que cargo en el bolsillo… Y nada de nada sirve (…). Tantas bocas, tantos besos, tantos brazos que no me sirven porque simplemente NO SON LOS TUYOS. No es de sorprenderse por qué tengo tantas ganas de regresar a Innsbruck. Al menos ahí tengo perro que me ladre y no estaré sola con una cerveza, oyendo una canción sobre el Ché en medio de letones y rusos (…)».
Así es… sigo pensando en ÉL a pesar de todo. O al menos, así era en aquel momento, porque hoy, cuando escribo esta entrada del blog, me he hecho el firme propósito de dejarlo ir y yo marcharme en dirección opuesta, porque de veras que no es el hombre de quien me enamoré una vez. Tal vez sea ya el momento de dejar de creer en el amor después de todo y acostumbrarme a estar sola, que de todas maneras no me la paso tan mal…
Eso, precisamente, es lo que aprendo esa misma noche en Riga. En compañía de Anja, una de las chicas letonas que vive en la casa de estudiantes (y quien es una hippy contemporánea que está por marcharse, en un par de días, a mochilear pidiendo ride con una guitarra en una mano y una tienda de campaña en la otra), vamos a un parque a beber vino y a filosofar sobre la vida. Y ella me da una lección que no solo voy a conservar, si no que voy a intentar poner en práctica el resto de mi vida: «Take the moment and make it perfect«.
Tiene razón: la mayoría de las veces, los lugares, la gente y las circunstancias no son las ideales, pero por lo general son pasables, están bien, «they are ok«, así que solo queda poner de nuestra parte y hacerlo perfecto. Es una frase tan simple, pero muchas veces la ignoramos y la dejamos pasar por estar deseando que las varas fueran de otra manera.
Así que esa es mi política ahora: me ENCANTARÍA estar con ÉL, pero como no se puede, ya basta de estarte deseando, ya basta de estar deseando alguien que me tome de la mano, si no tengo quién me la dé pues entonces no importa: voy a disfrutar sola, mirando a la gente pasear y creer en lo que para mí se está convirtiendo en un mito, mientras me bebo mi cerveza en paz en ciudades como Riga, hermosas, como hermosa puede llegar a ser, si lo quiero hacer perfecto, hasta la misma soledad.