El cementerio de la mafia rusa
El cementerio de la mafia rusa
-¿Por qué, por qué, POR QUÉ tenemos que ir a ver esa película?
-Es tuanis. Ya vas a ver.
-No creo. Es una pura matazón.
-Es de la mafia rusa.
-¿Y qué con la mafia rusa?
-Es de mis mafias favoritas.
Les presento a mi exnovio, al que le gusta la mafia rusa. ¿O es que ustedes siempre han tenido novios normales?
Es de él, por cierto, de quien me acuerdo mientras camino por el cementerio de Shirokorechenskoe Kladbishe (cuyo nombre aprendí a escribir gracias al prodigioso copy paste, pero no a pronunciar) el cual, al menos no oficialmente, es conocido como el cementerio de la mafia en Yekaterinburgo, Rusia.
He de aclarar que a mí me encantan los cementerios. ¿O es que ustedes siempre han tenido novias normales? A cada país al que voy trato de visitar por lo menos uno. Me gusta ver cómo cada cultura no solo vive, sino que muere. Cómo cada sociedad lidia con la muerte. Además (y esta es la parte freaky), me entretiene ponerme frente a cada tumba e imaginarme cuál fue la historia de cada persona cuyo epílogo se encuentra escrito allí. Para mí, los cementerios son como una biblioteca con todos los libros cerrados.
Por lo tanto, aquí termino una soleada tarde de verano, en un sitio en que muchas de las tumbas narran historias que, quizás, se parezcan a la película que mi exnovio y yo fuimos a ver ese ya lejano día, tan lejano que parece, efectivamente, como si hubiese ocurrido en otra vida.
¿Por qué hay un cementerio de la mafia rusa (o más bien dos cementerios de la mafia rusa) en una misma ciudad?
Ubiquémonos en el contexto. Es el inicio de los años noventa. La Unión Soviética, el país más colosal sobre la faz de la Tierra, se está cayendo. La Perestroika comienza a abrir las puertas al capitalismo, que viene a ser como un juguete nuevo para los camaradas rusos de la época, quienes crecieron jugando rayuela y, de repente, les tiraron ahí, desde el Kremlin, un tablero de Monopoly.
Y diay, obvio: los maes no se saben las reglas. De lanzar una piedra en diez casillas dibujadas con proletaria tiza en una acera cualquiera, los maes de pronto se enteran de que hay un tablero a todo color con cuarenta casillas, con tarjetas del arca comunal, en que se pueden recoger doscientos dólares cada vez que pasa uno por Go y en que, si uno paga, puede hasta salir de la cárcel. ¡Por las barbas de Marx! No se ha visto nada igual en Rusia, que pasó de los zares al proletariado, sin nada en el medio y, en vista de las circunstancias, se hace un despiche, como suele suceder siempre con los grandes cambios en la historia de la humanidad.
Así, en Yekaterinburgo, una ciudad que se encuentra en los Urales, en el límite entre la Rusia europea y la Rusia asiática, durante el proceso de transición a una economía de libre mercado surgen dos clanes de mafiosos: el Central y el Uralmash. Como los maes no se saben las reglas (o más bien, no quieren seguirlas) utilizan las ganancias del crimen organizado para invertirlas en negocios legítimos. Por ejemplo, les da por cobrar impuestos de «protección» (o sea, que los maes cobran por cada casilla del tablero de Monopoly, aunque no sea suya) para luego invertir la plata en una fábrica. De este modo, crecieron tanto que, al menos el Uralmash, llegó incluso a inscribirse como partido político.
Pero claro: como en el juego puede haber única y exclusivamente un solo ganador, tan pronto como un día de 1991, un miembro del Uralmash le tiró la ficha del carretillo a un mae del Central, y luego otro del Central le tiró la ficha de la plancha de vuelta y se armó la guerra. Solo que, en la vida real, los pleitos de Monopoly se dan a punta de ametralladoras.
El conflicto llegó a tal nivel que cada clan comenzó a enterrar a sus muertos en sus propios cementerios en partes distintas de la ciudad. Es por ello que Yekaterinburgo cuenta con dos cementerios llenos de mafiosos, ¿ven?
Mafioso y figura hasta la sepultura
Después de esa regresión a los turbulentos años noventa, volvamos entonces a la época que nos ocupa, en que Yekaterinburgo se ha convertido en la ciudad que ha visto nacer al primer presidente electo democráticamente en Rusia, una ciudad donde los rusos comen en Макдоналдс (o McDonald’s para los analfabetos del cirílico) y en donde hay hasta una plaza dedicada a los Beatles, tal y como Lenin lo hubiera querido.
El cementerio de Shirokorechenskoe Kladbishe es el del clan Central, quienes fueron los perdedores durante la guerra que se inició en los noventa, dicho sea de paso.
Es por este detalle que me guío para encontrar sus tumbas en un principio. Digo, porque como yo no sé ruso y me pierdo cirílicamente todos los días (al grado de que hasta se me hace imposible comprar una simple y ordinaria caja de leche), me da pena ir, tomar la foto de la sepultura de un mae random y afirmar que fue un mafioso en vida, cuando al rato era un pacífico ruso que se dedicaba, tranquila y proletariamente, a tallar muñecas matrioskas junto al calor del samovar.
Sin embargo, las tumbas de los mafiosos son, en realidad, bastante fáciles de reconocer, más allá del año de la muerte de su arrendatario perpetuo, que no es tampoco una señal indiscutible, ya que la matazón siguió por varios años. Además, obviamente, a inicios de los noventa mucha otra gente se murió por causas no ligadas al crimen organizado en una de las ciudades más grandes de Rusia.
Son fáciles de reconocer porque, al menos en mis años de tener como hobby el visitar cementerios, no he visto yo sepulturas tan… tan… este, rocambolescas.
Primero, las lápidas son de mármol negro (carísimo) de tamaño natural con una imagen tallada del mafioso de marras, de manera que, por algunos momentos, me entra la paranoia al ver a varios mafiosos observándome, directo a los ojos, desde el más allá entre los árboles del cementerio.
Luego, la imagen del mae en sí tiene que impresionar incluso después de muerto: a huevo hay que usar un traje y, si en vida no hubo harina para tal gasto superfluo, el atuendo será más sencillito, con una chaquetita de cuero, un pantaloncito casual, pero FIJO la camisa desabotonada para exhibir algo de joyería (a muchos rusos les ENCANTA la joyería, dicho sea de paso).
Aparte, si es uno de gustos más… más…este, polos, también se puede agregar un trono o, incluso, crear una lápida aparte para su auto deportivo.
Por último, es conveniente incluir una banca y una mesa para recibir a los invitados. Según me cuenta la recepcionista del hostal (quien no entendía por qué yo quería invertir una apacible tarde de verano caminando sobre cadáveres en descomposición), en ciertas partes de Rusia se acostumbra visitar a los muertos en los cementerios (en especial un día al año, tipo el día de muertos ruso) y quedarse ahí, tomando vodka hasta las y tantas. Al parecer, el más allá no es una frontera tan impenetrable cuando de vodka se trata y, de vez en cuando, se abre un portal para que vivos y muertos puedan pegársela como en los viejos tiempos, cuando todos estaban del mismo lado.
Es esta, pues, la anatomía de una típica tumba de mafioso ruso.
Al menos a mí no me deja de sorprender, realmente, cómo a la gente le encanta alardear, incluso después de muerta. Esa es una de las razones por las que encuentro los cementerios tan fascinantes.
Dicen que uno no muere hasta que lo olvidan y yo creo que es cierto. Al final, todos nosotros no seremos nada más que un recuerdo en la mente de otros seres tan mortales como nosotros mismos, quienes también serán un recuerdo en la mente de otros, y así sucesivamente, hasta que ese recuerdo termine por evaporarse. ¿Y qué queda, entonces?
En el caso de estos mafiosos, sus lápidas, que son como una tabla salvavidas para no morir. Quizás por eso es que las hacen tan grandes: así flotan más cómodamente en el limbo del que nada sabemos, hasta que alcancen el Nirvana, hasta que llegue el día de la resurrección, o hasta que no pase nada de nada. Con todo y que eran los “malos” de la película que fui a ver con mi exnovio, es conmovedor: no quieren ser olvidados. Y si sus seres queridos mueren y su recuerdo comienza a difuminarse en el tiempo, al menos quieren que su memoria quede en negro y costoso mármol, con sus joyas, con sus festines, con sus autos de lujo, con todo aquello por lo que en algún momento estuvieron dispuestos a derramar sangre y que, al final, se quedó en este mundo, donde nada permanece.
Qué fascinantes son los cementerios realmente (aunque sigo sin poder decir lo mismo de las películas de la mafia rusa). Pero en serio: qué fascinantes que son. Porque no son únicamente lugares donde el cuerpo de los muertos se libera de todo hasta quedar solo en los huesos. Son lugares en que el cuerpo de los vivos se libera de todas nuestras envolturas hasta quedar solo en nuestros miedos.
Donde, incluso ante la absolutidad de la muerte, aun la inmortalidad trata de sobrevivir.
4 Comments
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Muchas gracias por compartir tan excelente experiencia!
Me alegro de que te gustara, Gustavo. Mil gracias por el comentario y perdón por la tardanza en responder, más bien. ¡Abrazo!
Gracias 😊 todo nuevo pata mi!
Es increíble leerte! Me encanta, pero sobretodo: aprendo! Gracias!