Te soñé, Nepal
Te soñé, Nepal
“Pensamos en la vida como un pozo inagotable. Sin embargo, todo pasa sólo un cierto número de veces y, en realidad, muy pocas. ¿Cuántas veces más recordarás una tarde de la niñez, una tarde que se volvió una parte tan profunda de tu ser, que no concibes la vida sin ella? Tal vez cuatro o cinco veces más. Tal vez ni siquiera eso…Y, aun así, todo parece ilimitado”.
Un cielo protector. Paul Bowles.
-I am taking holidays for India.
Vacaciones de India. Esa era mi respuesta, en especial porque, aunque nunca lo supe hasta que fui a Asia, tengo un look nepalí. Es curioso cómo uno puede tener tantos looks sin saberlo. Tal vez porque fui nepalí en otra vida y por eso, cuando llegué ahí, me sentí en casa. Es curioso cómo uno puede tener tantas casas sin saberlo.
Eso era Nepal para mí: mi casa. Y ahora ya no está.
Miro las fotos una y otra vez. Las mías. Y las que hay ahora, de lo que quedó de todos esos Durbar squares en los cuales pasé horas y horas, sentada en las escaleras de los templos. En Kathmandu. En Patan. En Bakthapur. Yo estuve ahí, pero ya no estoy. Y ya ni siquiera ese templo, en cuyas gradas me senté a ver palomas igualmente fugaces volar sobre un cielo que parece estático, pero que también cambia, sigue estando ahí. A pesar de que había estado ahí desde hacía años.
Si de esos templos, que existían ya desde mucho, mucho, pero mucho antes de que yo viniese a Nepal, mucho, pero mucho antes de que yo tan siquiera naciera, ya no queda más que un polvo que escuece los ojos, ¿cómo ibas a permanecer vos? Ni siquiera yo misma permanezco en un mismo sitio más de una semana.
Y crees que lo aceptás. Te convencés a vos misma de que has aprendido a despedirte. Sos consciente de que no regresarás. Sos consciente de que cuando decís adiós puede ser, verdaderamente, la última vez. Y, conforme el pasaje comienza a desdibujarse en la lejanía y su figura comienza a hacerse borrosa a través de las lágrimas (si es que las hay) pensás que has aprendido a decir adiós. Crees que, como el viaje implica movimiento, has aceptado la rotundidad de que nada permanece y te hacés la ilusión de que la Tierra girando alrededor del sol ya no te hace ni cosquillas.
Pero aun así, no sabés realmente el riesgo que corrés cuando vas dejando trozos de tu alma por el mundo, trozos que mueren, hasta que un día, lo único que te quedan son fotografías como prueba de que alguna vez ocurrió, porque ahora todo es tan diferente que se te hace difícil creer que, tan siquiera, haya existido. Quizás por eso mucha gente, cuando vuelve de un viaje, dice: “Parece que fue un sueño”.
Te soñé, Nepal. Te soñé a vos.
Y ahora, ¿qué me queda, después de que todo ha quedado destruido? Sólo un polvo que escuece los ojos y que me hace llorar. Nostalgia, le llaman.