Georg

Georg

 

Usualmente, como viajo sola, intento escoger a mis couchsurfers lo más cuidadosamente posible. Aunque estoy intentando abandonar la paranoia de que todo el mundo quiere robarte o violarte, siempre hay que tener cuidado, de manera que invierto mi tiempo leyendo referencias de cada uno de ellos y sus perfiles para ver si tenemos algo en común o algo de lo que pueda aprender. Ley de seguridad de oro.

De esta manera, me he encontrado con buenas personas a lo largo del camino y he hecho amigos. Los couchsurfers son lo mejor, quien sea que inventó este website se merece el Premio Nobel de la Paz.

Sin embargo, entre todos ellos, quien más interesante me ha parecido (y ojo que la competencia es difícil, porque usualmente los couchsurfers son gente que ha viajado muchísimo, muy bien estudiada, bilingües al menos, y muy open minded) ha sido Georg.

De dreds larguísimos (con más de 8 años cultivando esa planta capilar salvaje no podría ser de otra manera) este vienés de nacimiento es, sin lugar a dudas, todo un personaje que llama la atención desde que vas caminando por la calle. De hecho, me dice: “Cuando estaba en Roma, la gente me tomaba fotos a mí, no sé por qué”.

¿No sé por qué? Si es que con esos dreds, su ropa llena de pelo de  gata (Mimi, una felina temperamental que araña al menor gesto, es la responsable) y su hábito de caminar descalzo por la calle cuando hace calor, a todos nos sorprende menos a él, claro.

 

Couchsurfers Viena Andrea Aguilar-Calderón
Georg, the Cow und ich.

 

De hecho, cuando vamos caminando por una de las principales calles de Viena, cerca del Stephan Dom, un gringo, de esos estilo Dude-let´s-have-the-spring-break-in-Austria-man- AWESOME-duhhh lo detiene y le pregunta si vende marihuana. Orgullosamente, como si fuera un trofeo de macho alfa, el gringo mentalidad-fraternidad-universidad-yanqui le enseña una pipa, como un niño chiquito que ha decidido escaparse de la escuela, uy-mae-qué-despiche-que-sos. Pero Georg no se sorprende. Al menos le preguntan eso una vez por día, me dice.

Sus historias pueden comenzar con la peculiar frase: “The first time I got arrested...” WTF????? Porque claro, este mae ha sido buena parte de su vida algo así como no un asaltante de licorerías, si no un rebelde con causa. Por ejemplo, solía participar en fiestas en lugares abandonados, tipo okupa, en los que la entrada no era dinero, sino al menos 4 estrellas arrancadas de Mercedes Benz… Y su idea para las próximas vacaciones es ser indigente por una semana para ver qué se siente.

 

Mochila Mercedes Benz
La mochila de Georg con una estrella de Mercedes Benz.

 

Claro, es que trabaja en un albergue para indigentes, justamente, ayudando a gente con problemas de alcoholismo y drogas fuertes, como heroína. Y ha visto de todo, de forma que tiene mil historias qué contar por las mil y una noches que ha estado de guardia.

Cuando me llega a recoger a la estación de tren, me lleva una flor amarilla, de esas que crecen por todas partes. Hace tanto que un mae no me daba una flor… Lo mejor de todo es que Georg y yo solo seremos amigos, amigos de a de veras, de los mejores, sin complicaciones de sexo, ni affaires, con total y absoluta confianza.

Con él es con quien subo a la azotea de la Hundertwasserhaus en Viena, en medio de la noche, gracias a una llave maestra que posee por otro de sus trabajos de cuidar gente ya anciana a domicilio. Mientras el resto de los turistas se contenta con tomar fotos de la fachada, él me lleva a conocer este edificio del cual me he enamorado perdidamente, con esa arquitectura loca y colorida, sin líneas rectas, como la naturaleza misma. Con él es que voy a un restaurante paquistaní estilo bufet donde se puede comer todo lo que uno quiera y pagar solo lo que uno quiere. Con él voy a una fiesta debajo de un puente del Danubio. Con él me subo en las sillas voladoras más altas del mundo, de 170 metros, desde donde se puede ver Viena girando alrededor.

 

Las sillas voladoras más altas del mundo Viena
Las sillas voladoras más altas del mundo.

 

En ese parque de diversiones, en medio de una zona verde que usaba la realeza para caza, nos encontramos con lo inaudito: un carrusel con caballos de a de veras. Yo jamás he visto algo así. Madre mía, pobres animales: todo el día girando y girando, hasta marearse, porque a todo esto es un carrusel ridículamente enano, con esa musiquita de circo de mierda como soundtrack de tortura irónicamente cruel, al mejor estilo de La Naranja Mecánica. “Si lees en los periódicos que alguien ha liberado estos caballos, ya sabés que fui yo”, me dice Georg.

 

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Nuestros zapatos

 

Invertimos las noches que pasamos juntos en ver películas, casi como un intercambio cultural: él me invita a ver la alemana The Edukators y yo le muestro la mexicana Amores Perros, que casualmente él tiene en su disco duro y aún no la ha visto. Fumamos. Nos reímos. Y conversamos hasta altas horas de la noche antes de ir a la cama, mientras la temperamental Mimi nos observa desde las alturas de su armario.

Y es que el viaje dadaísta no se trata única y exclusivamente de turistear. Se trata de aprender. Se trata de conocer gente, que se vuelvan tus amigos y que hagan de un viaje EL VIAJE.

Danke schön, Georg…  Hope we can meet each other soon.

 

Viñedo en las afueras de Viena.
Just say yes. Viñedo en las afueras de Viena.

 

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